Óscar Alonso Molina
[Roderos, León, agosto de 2011]
Mirar fijamente a la Gorgona significa perder la vista, transformarse en piedra ciega y opaca.
Jean-Pierre Vernant
Puesto que usted no lo sabe, voy a decirle de dónde creo yo que provienen sus ataques. Hace dos años, poco antes de comenzar a padecerlos, debió usted de ver u oír algo que la avergonzó mucho, algo que preferiría usted no haber visto.
Sigmund Freud
Dibujos al fuego... Pero, ¿tanta diferencia hay entre tener en la mano un carbón encendido y uno apagado en el momento de fijar los deseos? Supongo que será en todo caso una diferencia proporcional a la que se da entre hacerlo sobre una simple hoja de papel y una rotunda pared, al modo de nuestros ancestros.
Observa si no con detenimiento el caso de Marian Alzola, a quien, poseída de poderosas pasiones, nunca le ha bastado el papel común para sus dibujos, necesitando superficies más bravas y desafiantes, más ásperas; así que ha terminado por hacerlo sobre esas lijas que son mitad pliego y mitad piedra, una mezcla entre lo laminar y lo parietal.
Ocultas la celulosa y las fibras prensadas, siempre lisas y gratas al tacto, es con el grano y la superficie arenosa que todo lo devora con lo que ha de enfrentarse la artista a la hora de plasmar sus caricias por una espalda, sus paseos de manos, o el deslizante vuelo de los vencejos mientras cae la tarde en el mundo... Cualquiera pensaría que el papel japonés o la seda tensada son materiales más convincentes para este tipo de representaciones poéticas y sensibles, pero no Marian, con esa extraña fuerza primitiva que la invade cuando se pone a dibujar lo que (de)sea, incluido todo su repertorio de escenas, que son puro símbolo y pura paradoja.
La energía que late desde el fondo de su serie de dibujos sobre papel de lija de variado grosor, reunidos hoy en la sala de exposiciones de la Facultad de Bellas Artes de Cuenca, es a un tiempo sofisticada e instintiva, yo diría incluso que básica o primaria, muy intuitiva, pero elegante y enormemente sensual; sí, elegante y sensual hasta la coquetería.
En su empeño por fijar distintas imágenes cambiantes del mundo, Marian participa del impulso básico del dibujo desde su origen mítico que relata Plinio, cuando la hija del alfarero Butades silueteó sobre la pared la sombra de su amado que, a la mañana siguiente, partiría con incierto futuro. Las formas precisas en el ondear de una bandera o las sombras contra el cielo de las parvadas de estorninos son ejemplos por excelencia de la fugacidad de las imágenes. Sin organizar un auténtico sentido en su concatenación incesante, parece exigirse a quien las mira una concentración –antes que contemplación– abstracta y desinteresada, el puro recreo en sus variaciones gratuitas.
Qué diferencia en los delicados homenajes de Marian a todos esos movimientos sin significado cerrado, específico, pero que el ojo se ve impelido a seguir y descifrar (la aspiración al sentido es una inercia irremplazable y nunca satisfecha en su poética), con la miríada de reclamos visuales desencadenados por un presente de pantallas y monitores y anuncios publicitarios y narcótica actividad de la iconosfera cotidiana..., en el fondo pura histeria escópica sin un auténtico trauma original.
Lo que la artista fija al fuego en ese material que es más que el papel –pues es también tierra, playa, orilla–; es una imagen postrera de las cosas que, posiblemente, sea la última que vamos a tener de ellas en este mundo luciferino donde todos y cada uno de nosotros empezamos a padecer de aquella ceguera histérica que proliferó en Europa en medio de la Segunda Guerra Mundial. Cuando no se quiere mirar directamente cuanto ofrece lo real, para qué los ojos, parece decir el síntoma; aunque también podría ser una perversa adaptación psicofisiológica a un medio donde ya no hay nada que ver...
Marian, con su enorme fuerza, fuera de sí –¡furiosa!–, cumpliendo esa función apotropaica del arte más antiguo, viene a cegarnos con un tizón ardiendo, mientras dibuja a fuego lento lábiles imágenes que todos habremos de ver, ya inevitablemente, con los ojos cerrados. Al final nosotros también sufrimos un “ataque”, pero de la loca arcana, la maga, la hechicera, cuando por mirar de frente las imágenes radicales y prohibidas que nos enseña perdemos la vista. Ya está todo dicho: fundido en negro.
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Óscar Alonso Molina
[Roderos, León, agosto de 2011]
To stare at the Gorgon is to lose one’s sight, to become blind, opache stone.
Jean-Pierre Vernant
Since you do not know, I’ll tell you where I think your attacks come from. Two years ago, shortly before you began to suffer them, you must have seen or heard something that embarrassed you a lot, something you would rather not have seen.
Sigmund Freud
Drawings in the fire… But is there really so much difference between having a piece of burning charcoal in your hand and one that is put out, when it comes to fixing one’s desire? I suppose that in any case it will be a difference that is proportional to that between doing it on a simple scrap of paper or on a large wall, as our ancestors did.
Observe carefully, then, the case of Marian Alzola, who – possessed as she is of powerful passions – has never been satisfied with an ordinary piece of paper for her drawings. Instead she needs more imposing and challenging surfaces, harsher surfaces. Thus she has ended up using sandpaper, which is half paper-half stone – a mixture between laminate and parietal.
With the cellulose and the pressed fibres - which are always both smooth and pleasant to the touch - hidden away, it is with the grainy and sandy surface, that devours all before it, that the artist will be confronted, when she comes to capture her strokes on a back, the wandering of ther hands, or the gliding flight of the swifts, whilst evening falls over the earth... Anyone would think that Japanese paper or stretched silk would be more convincing materials for this kind of poetic and sensuous representation, but not Marian, with the strange primitive force that overtakes her when she comes to draw whatever she desires, including her repertoire of scenes, which are pure symbol and pure paradox.
The energy that beats from the heart of her series of drawings on sandpaper of varied thickness, which are collected today in the exhibition room of the Facultad de Bellas Artes de Cuenca, is at the same time one of sophistication and instinct. I would even say it is basic, primary, highly intuitive, but also elegant and enormously sensual. Yes, it is elegant and sensual even to the point of coquettishness.
In her efforts to fix various changeable images of the world, Marian takes part in the basic instinct to draw, whose mythical origins are related by Pliny, when the daughter of the potter Butades sillouhetted on the wall the shadow of her lover who, the following morning, was to leave for an uncertain future. The precise form of a flag’s rippling or the shadows of a flock of starlings against the sky are examples par excellence of the fleetingness of images. Without organising a fixed meaning, in their incessant concatenation, they seem to demand of those who observe them a concentration – rather than a contemplation – that is abstract and disinterested, that is pure recreation, in all its free-flowing variations.
What a difference in Marian’s delicate homages to all those movements that have no closed or specific meaning, but which the eye is impelled to follow and decode (the aspiration to meaning is an irreplaceable and unquenchable inertia, in its very poetics), with the myriad of visual signals unleashed by the presence of screens and monitors and advertising messages and the narcotic effect of the everyday iconosphere... at base we are dealing with a hysterical optics, yet without a real, original trauma. What the artist fixes in fire in this material – which is more than paper, it is also earth, beach, shore – is a final image of things that, possibly will be the last we have of them, in this devilish world where each and every one of us have begun to suffer the blind hysteria that proliferated in Europe during the Second World War. When one does not wish to stare directly at how much is offered by the real, such that ones eyes seem to speak of a symptom, even if it is also a perverse psycho-physiological adaptation to a medium where there is nothing left to see... Marian, with enormous energy, outside of herself – furious! –, fulfilling the most ancient function of apotropaic art, comes to blind us with a burning stick, whilst she draws over a slow flame labile images that we simply must see, now with great inevitability, with eyes closed. In the end we too have suffered an “attack”, but by the arcane crazy-woman, the sorceress, the enchantress, when by looking straight at radical and prohibited images that she shows us, we lose our sight. Everything has already been said: fade to black.
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